Una ruptura amorosa obliga a la narradora a regresar a la casa de la Tumbona, su madre. Su separación de Julia se vislumbra más llevadera rodeada de plátanos, guayabos y pomelos y con el rumor de las olas del mar de fondo. Sin embargo, la tensa relación con la Tumbona y los apáticos hermanos convierte pronto el espacio en un tragicómico purgatorio lleno de silencios, crujidos y lirismo macabro.
«La voz de una narradora que sabe cómo apropiarse del lector (¿) como sentarse a escuchar la potencia, la viveza y la sutilidad de unas voces que someten el tiempo y que diluyen todo lo que no sea el relato que cuentan (¿) Si las cosas fuesen como son, en la que la protagonista se ve obligada a volver a vivir a la casa familiar, tras una separación, nos la cuenta una voz que ya viene de vuelta, una voz desencantada de casi todo, herida y dolida, enloquecida a ratos, hermosa y brillante a otros ratos.» Emiliano Monge, El País